David Good tiene 25 años, su padre Kenneth Good fue un antropólogo estadounidense, y su madre Yarima, proviene de una tribu llamada Yanomami, tribu que vi en la remota selva amazónica entre Venezuela y Brasil.
Kenneth Good, -padre de David- viajó por primera vez al Amazonas en 1975 y se instaló en una pequeña choza a corta distancia de Hasupuweteri, lugar donde viven los Yanomami. El plan del padre de David era quedarse 15 meses haciendo un trabajo de campo que consistía en medir el consumo proteico de los miembros de la aldea, unos datos con los que su tutor académico pensaba explicar las causas del estado de guerra constante en que vivían los distintos grupos de la etnia.
Los habitantes de Hasupuweteri lo llamaban a Kennet shori, que significa: cuñado o hermano de ley. “Mi padre pensaba que los yanomamis no eran tan feroces como los habían pintado. Y creo que algo de razón tenía, porque terminó viviendo allí 11 años y es difícil imaginar que alguien pueda quedarse tanto tiempo viviendo entre guerreros agresivos”, señala David.
Un día, en 1978, el jefe de Hasupuweteri le hizo a Kenneth una propuesta.
“Shori, me dijo, vienes aquí todo el tiempo, casi vives con nosotros… Estuve pensando que deberías tener una esposa. No es bueno que vivas solo”, escribió Kenneth Good en sus memorias, publicadas en 1991 con el título “Into the Heart: An Amazonian Love Story”.
Al principio se rehusó. Pero luego comenzó a pensar que tal vez debía considerar la oferta, que era ciertamente una manera de adaptarse a las costumbres del lugar donde vivía.
El jefe tribal le dijo: “Toma a Yarima. Te va a gustar”. Yarima era la hermana del jefe y ciertamente le parecía bonita. Pero era una niña de no más de 12 años. Good tenía 36.
Como los yanomamis no saben su edad y carecen de un sistema de numeración (en su lengua solo hay palabras para “uno”, “dos” y “muchos”), Good no supo cuántos años tenía Yarima cuando tuvieron sexo por primera vez. En sus memorias, escribió que sería “alrededor de 15″.
Ocho años después de su acuerdo matrimonial y cuatro desde la consumación del vínculo, Kenneth decidió el 17 de octubre de 1986 tomar un avión rumbo a Nueva York.
Una semana más tarde, tras pasar por un juzgado en Delaware, estaban legalmente casados. Nueve días después nació David, el hijo mayor, en un hospital de Filadelfia.
Su hermana Vanessa nació poco más de un año después, y a los tres años vino el tercer hijo, Daniel.
La mudanza de lugar afectó a Yarima, ella sentía que vivía en una caja oscura, nadie a excepción de su esposo Kenneth, hablaba su lengua. No tenía medios para comunicarse con los suyos. Yarima no soportó vivir en la ciudad y junto a su último hijo Daniel, regresaron a la selva.
“Mi hermana, mi padre y yo estábamos en Estados Unidos y mi madre y mi hermano en el Amazonas. Recuerdo a mi padre decir ‘voy a buscarlos y regresamos todos’”, relata David; sin embargo Kenneth volvió con Daniel, pero Yarima nunca regresó a Nueva Jersey, lugar donde viviamos. El hijo mayor revela que los días de espera se convirtieron en meses, hasta que lentamente entendió que no volvería a ver a su madre.
David no pasó un día sin recordar con odio a su madre que los había abandonado y le dijo a su padre, que si alguien preguntaba por sus rasgos físicos diría que era de origen hispano, nunca yanomami.
En 1992, participaron en un documental de National Geographic que los siguió en su primera visita en casi cuatro años al Amazonas: en él se muestran momentos felices de Yarima, pero se refleja también su desaliento.
Fue a los 21 años que David por primera vez, decidió ver el documental de National Geographic sobre su familia, en el que había participado 16 años antes.
Cuando apareció su madre en la pantalla y la escuchó hablar, se quebró en llanto. Poco después leyó las memorias de su padre y se metió a explorar de lleno la cultura yanomami.
“Comencé a entender por qué se había ido, todo lo que había tenido que pasar… No creo que hubiera logrado sobrevivir. Ser una madre yanomami, educarme según las costumbres yanomami: era virtualmente imposible”, reconoce David hoy.
A los 22, sintió una necesidad urgente de reconectarse con ese costado de su historia.
Así fue que en 2009, después de algunas averiguaciones hechas por su padre, se puso en contacto con la antropóloga Hortensia Caballero, del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas y fue solo en el año 2011 que la antropóloga consiguió tener permiso para la visita de David.
A Yarima se le preguntó si gustaría encontrarse con su hijo David y ella fue afirmativa en su respuesta. Kenneth su padre, que para entonces tenía casi 70 años, estaba preocupado por ese viaje y frustrado por no poder ayudarlo más, pero le ayudó a financiar su viaje, así como a elegir regalos para llevar a la comunidad de la madre. Sus hermanos no quisieron acompañarlo.
El Encuentro
Después de un largo viaje por el Río Orinoco, finalmente llegaron a la aldea de los Yanomami, eran 19 años sin ver a su madre, con unos 40 años, vigorosa y fuerte, Yarima quedó estupefacta frente a su hijo. David la reconoció apenas la vio.
“Me paré y caminé hacia ella. Y de repente pensé ‘¿cómo la saludo?’ Quería abrazarla, pero no es la manera en que se saludan los yanomamis”, relata David.
Y continúa: “Fue un encuentro incómodo. Puse mi mano en su hombro, ella comenzó a temblar y llorar. Entonces la miré a los ojos y me largué a llorar yo también”.
“Me acuerdo del silencio de ese momento. Fue un momento intenso, bello… Todas las mujeres de la aldea tenían los ojos llenos de lágrimas”.
David comenzó a hablarle en inglés suavemente, frases como “finalmente estoy aquí”, “lo logré, estoy de vuelta” o “cuánto, cuánto tiempo”.
El propósito de su viaje al Amazonas a más de encontrarse con su madre era poder entender por lo que había pasado su padre tres décadas antes.
David pasó tres meses en el Amazonas pero tenía que regresar a Estados Unidos y sabía que la despedida sería dura. “Desatar el nudo de la hamaca es, a los ojos de los yanomamis, el gesto último de que uno va a partir. En ese momento lloramos todos”, dice Good. Yarima estaba devastada. Realmente se había convencido de que David iba a quedarse en la aldea.
“Le dije que volvería. Desafortunadamente ya han pasado dos años, más de lo que hubiera querido”, reconoce David. Lo que sí sabe es que hoy es una persona completamente distinta a la de hace cinco años.
“Ahora estoy orgulloso de mis ancestros. Estoy orgulloso de ser yanomami-estadounidense”, expresa el joven. Y agrega: “Amo a mi madre… No soy un antropólogo, no soy un político, no soy un misionero. Soy hermano y soy hijo”.

Aquí les dejo el reportaje por BBC, que detalla mejor la historia de antes y después de su encuentro con su madre.
Tengo que confesar que al ver el artículo tan extenso ni pensé en leerlo, pero algo me dijo que lo leyera. Valió la pena, muy interesante y explica muchos otros aspectos que talvéz en el video no quedan muy claros.
ResponderBorrar